11/17/2009

Superpoblación, ¿mito o realidad?

15.11.2009.

 


Por: Fernando Pascual en Aragón Liberal

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Desde hace más de 40 años corre la voz de que en el mundo hay demasiados seres humanos, de que cada día nacen más hijos, de que pronto no habrá comida para todos, de que estamos cerca de una catástrofe planetaria. Sin embargo, la situación no es tan sencilla como algunos la presentan, ni el catastrofismo tiene un fundamento real para pretender asustarnos a todos.

 

Los datos, aparentemente, pueden apoyar las ideas "catastrofistas". Hacia el año 1820 vivían sobre la tierra 1000 millones de habitantes. Esta cifra se duplicó 110 años después, en 1930, mientras que la siguiente duplicación se produjo sólo 47 años después, en 1977. Para el año 2008, según se calcula, seríamos más de 6700 millones de personas. Y muchos hombres y mujeres padecen hambre, sufren tremendas enfermedades, no tienen acceso a agua potable...

 

Ante este panorama no es de extrañar que los "catastrofistas" propongan que hay que frenar, cueste lo que cueste, el crecimiento de población, si es que no hay quien sueña con una drástica reducción del número de los humanos sobre la tierra.

 

En esta perspectiva, el director de una importante revista ecologista, David Foreman, dijo que la llegada del SIDA no era un problema, sino una solución natural para resolver el problema de la superpoblación. Jacques Cousteau, famoso por sus reportajes sobre animales marinos, defendía que los hombres sobre la tierra deberíamos ser sólo 700 millones de hombres. Claro está, él se habría incluido en ese pequeño grupo de "elegidos" en un paraíso hecho a medida de sus planes.

 

Más de 40 años de propaganda sobre la "explosión demográfica" han dejado una huella muy honda en nuestra manera de pensar. En este sentido, conviene recordar a Paul Ehrlich, autor del famoso libro "The Population Bomb" (La explosión demográfica), publicado en 1968.

 

Ehrlich, biólogo de la Universidad de Stanford, llegó a la conclusión de que en la tierra somos demasiados, hay pocos alimentos y el planeta se encuentra en un estado de agonía. Como solución, propuso serias medidas de control de población, incluso con métodos represivos. En una entrevista publicada por El País (6 de noviembre de 2009) puso como ejemplo "demográfico" a China, y comparó a los seres humanos con las moscas: "Somos como moscas de la fruta. Una mosca llega a un grupo de plátanos pone huevos y causa una explosión demográfica. Cuando la población colapsa porque hay demasiadas moscas algunas hembras se van a otro grupo de plátanos. Pero aquí no tenemos dónde ir. Ése es nuestro dilema".

 

El mismo año en el que Ehrlich publicaba su famoso libro sobre la explosión demográfica, nacía el "Club de Roma", fundado entre otros por Aurelio Peccei, un economista italiano que defendió tenazmente las ideas del control demográfico y la tesis del "crecimiento sostenible". Una bella palabra que no pocas veces es usada como bandera para promover el aborto, la esterilización y otros métodos para que los países pobres no causen problemas a los deseos y proyectos de algunas personas de los países ricos...

 

Estas ideas y otros factores han logrado ciertos resultados. La natalidad mundial ha descendido de modo notable. Si en 1970 la tasa de fertilidad era de 4,48 hijos por mujer, en 2005 se situaba alrededor de los 2,6 hijos por mujer. En algunos países de Europa, este número baja a 1,2 hijos por mujer, como son los casos de Italia y España. Es decir, en estos dos países (no son los únicos) no solamente no hay crecimiento de población, sino que en muy poco tiempo se va a iniciar un proceso de despoblación. En Rusia, donde la tasa de fertilidad era de 1,4 hijos por mujer en 2008, se espera una fuerte disminución de la población en los próximos 50 años.

 

Hay quienes ya han dado la señal de alarma por la situación de algunos países del mundo occidental, pues la economía no funciona si no hay niños ni jóvenes. Otros han optado por una "solución" que es como esconder la cabeza debajo del ala: es mejor tener animales en casa que no hijos...

 

Decir que el exceso de la población es el origen de los problemas y males de la humanidad y de la ecología no corresponde a la realidad. Las más altas densidades de población se dan en países altamente ricos, como son Bélgica (331 habitantes por kilómetro cuadrado), Países Bajos (370) o Gran Bretaña (239). Los países más pobres cuentan, en general, con bajas densidades de población: Sudán tiene 11 habitantes por kilómetro cuadrado, Angola 9, Gabón sólo 5.

 

Las principales zonas de miseria y de hambre del mundo africano son aquellas que tienen fuertes problemas de sequía o que viven en continuos conflictos bélicos. En América, Bolivia, uno de los países más pobres, tiene sólo 7 habitantes por kilómetro cuadrado. Ciertamente, hay países altamente ricos con densidades no muy altas, y otros países con bastante pobreza con densidades de población más altas. Lo que está claro es que la pobreza no puede venir "sólo" de un exceso de población. En algunos casos, incluso, la pobreza puede nacer de la falta de población.

 

Tampoco el exceso de población es la causa de los problemas ecológicos, sino que los daños ambientales surgen desde el abuso de muchos medios de subsistencia y de algunas técnicas productivas. Hay zonas del planeta con muy alta densidad de población que son un ejemplo de limpieza, orden y cuidado de los bosques, parques, etc. Hay zonas semidesérticas y con muy baja densidad de población en la que los incendios, la basura y los residuos dañan enormemente no sólo a las plantas y los animales, sino a los mismos seres humanos.

 

La conclusión es clara: la pobreza no es debida a que "sobren" seres humanos, sino a la mala distribución de los bienes de la Tierra. Una sana producción económica puede dar alimentos y medios de subsistencia y bienestar a millones de seres humanos que hoy viven en condiciones de vida insoportables. Y pueden hacer que con menos tierras cultivadas se produzca más, con lo que esto puede significar para que aumenten espacios destinados a árboles y parques.

 

Benedicto XVI, en la encíclica "Caritas in veritate" (n. 45), recordaba lo siguiente:

 

"La apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de natalidad, un problema crucial para las sociedades de mayor bienestar. La disminución de los nacimientos, a veces por debajo del llamado «índice de reemplazo generacional», pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia social, aumenta los costes, merma la reserva del ahorro y, consiguientemente, los recursos financieros necesarios para las inversiones, reduce la disponibilidad de trabajadores cualificados y disminuye la reserva de «cerebros» a los que recurrir para las necesidades de la nación".

 

El tema de la población mundial debe ser estudiado con más atención, sin propagandas huecas ni alarmismos histéricos. Pero siempre hay que acompañar estos estudios con otros paralelos sobre la justicia y la producción económica. Allí donde haya un ser humano necesitado debe surgir el interés y el apoyo de todos los que puedan hacer algo por él. La pobreza, el hambre, la contaminación, surgen cuando acciones egoístas abandonan a su suerte a los demás, y algunos buscan su propio bienestar sin preocuparse casi nada por las consecuencias de sus actos.

 

La solución a la pobreza en Africa, en Asia y en algunos lugares de América no está en la distribución de preservativos, en la esterilización de hombres y mujeres ni en el aborto para que no nazca nadie fuera de los programas establecidos (como se hace en China, y no sólo en China). Está en la solidaridad, la educación, la justicia. Nos toca a todos, especialmente a los adultos, ver las maneras para que cada niño que nazca no sea visto como un empobrecimiento del planeta, sino como su máxima riqueza, como aquel que es capaz de dar sentido al verde de los árboles y al canto de los jilgueros. A nosotros nos toca prepararle un aire limpio, un alimento sano y un mundo justo, donde todos quepan, porque todos pensamos en los demás.

 

¿Una utopía? Al menos un sueño y un reto para todos los que no queremos vivir bajo el peso del pesimismo catastrofista de unos pocos, sino desde la esperanza que permitió nuestro nacimiento y desde el cariño que nos ofrecieron y nos siguen ofreciendo tantas personas buenas.

Ver:

Para salvar al hombre, ¿hay que impedirle nacer?

Mitos, dichos y hechos sobre el zarandeado tema de la población

La cruzada laica de Al Gore

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