1/03/2010

La Venganza del Campo (I)


 

No sabemos cuándo llegará, pero más pronto que tarde se presentará entre nosotros con sus fauces abiertas sedientas de venganza. 

 
Durante décadas los hemos despreciado, humillado, pisoteado. Al campo, a la agricultura, a la ganadería y al conjunto de sus gentes. Sector primario, lo definíamos, como sinónimo malicioso de elementales, primitivos, básicos. 
 

La sociedad posmoderna ignoraba a los productores agrarios, a los que benignamente sólo toleraba como cuidadores de un medio ambiente en el que solazarse. 

El campo ha desaparecido del debate público. Oímos a los políticos y a los gurús desgañitarse en el debate de la economía del futuro. ¿Alguien los ha oído alguna vez nombrar la agricultura? No. El campo ya no existe para las mentes pensantes. Todas dan por hecho que los productos agrarios sanos y baratos seguirán inundando los mercados. 

Se equivocan. Más pronto que tarde, el campo se vengará en forma de escasez de alimentos, que subirán de precio de forma brusca e inesperada. Que nadie se queje entonces. Entre todos estamos incubando ese monstruo a base de desprecios y desdén.  

Le llaman cadena de valor. El precio final que paga el consumidor debe retribuir a la cadena de supermercados, al fabricante, al transportista, al almacenista y finalmente al agricultor. 

¿Adivina quién es el que menos percibe de esta cadena? Pues ha adivinado bien: es el que está al final, el proveedor de la materia prima, el más débil a la hora de negociar. Le dan tan poco que no puede ni cubrir gastos. Pongamos un ejemplo. Una camisa de algodón que cuesta 100 apenas si tendrá unos céntimos de hilo de algodón. Todo se queda en la marca, el diseño, los transportes, el comercio, el valor añadido de la cadena, etc. El costo de la materia prima agraria o ganadera es irrelevante. 

Tanto la política como la empresa exprimen sin piedad al agricultor, que contempla impotente la progresiva ruina de sus economías y familias. La sociedad canta ahora, por ejemplo, a las marcas blancas, sinónimo de una vuelta de tuerca más sobre el pescuezo de los agricultores.

Mientras esto ocurre, la expansión de las zonas urbanas e industriales -ubicadas normalmente sobre las tierras más fértiles- continúa devorando implacablemente la superficie agrícola, y la proliferación de infraestructuras, sigue arañando miles y miles de hectáreas cada año de tierras de cultivo. 

El factor tierra también se reduce por el crecimiento de instalaciones de energías renovables. Los paneles y los molinos también restan hectáreas de cultivo y pastos. Se nos podría contra argumentar que aún existen tierras abandonadas o vírgenes, pero la verdad es que son más escasas de lo que podemos pensar. 

Casi toda la superficie que se puede cultivar ya se cultiva, y el resto, o es infértil o se encuentra protegida. No podemos basar nuestro desarrollo en la deforestación masiva de los escasos bosques y zonas salvajes que nos restan. Lentamente, cada vez tenemos menos tierra para labrar.

El segundo factor básico es el agua, y aquí el futuro es aún más sombrío. Sin adentrarnos en las teorías del cambio climático, y aún contemplando el mantenimiento del clima tal y como lo

conocemos, la cantidad de agua destinada a la agricultura disminuye año a año. Las modernizaciones de los regadíos podría ser una causa positiva, pero la principal es la rivalidad de usos. El ingente consumo urbano, turístico e industrial del agua -todos ellos antepuestos al agrícola- hace que cada año los agricultores dispongan de menos agua para sus cultivos. La escasa rentabilidad de sus producciones también limita al máximo su consumo. 

Es en el tercer factor, las técnicas de cultivo y la investigación en las variables de producción donde aún podemos cifrar nuestras esperanzas. Todavía queda camino por recorrer para incrementar la productividad por hectárea. Pero los actuales precios basura impiden financiar la innovación. Tan sólo si el campo vuelve a la rentabilidad, la investigación podrá azuzarse. 

Todos los alimentos -y digo bien: todos- provienen del sector primario. Ni toda la química ni electrónica del momento han logrado producir ni un solo gramo para comer. Hemos olvidado algo tan elemental como el que tenemos que comer todos los días. No debemos permitir que el campo siga muriendo. Los precios deben reajustarse, y en los planes económicos, el sector primario debe tener un peso propio. 

Algunos países, como China, están comprando masivamente tierras en terceros países. Quieren inmunizarse ante la venganza del campo. ¿Qué hacemos nosotros? Pues nada. Así nos irá.  

Manuel Pimentel 

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