2/07/2011

¿La Europa agrícola? Un huertecillo

 La pugna por conseguir enormes extensiones de tierra en el mundo ya ha comenzado, a los que se dedican por dinero, especulando con la compra y venta, se les conoce como piratas. Neocolonialistas, se les suele llamar también, según una denuncia de FAO de hace un año. Naciones como tales o grandes empresas privadas, comerciales y financieras, están al acecho de tierras en el Sur del mundo: millones de hectáreas han cambiado y siguen cambiando de manos cada año, sobre todo en África, pero también en Hispano América y en el Sureste asiático.
 

Tierras sin cultivar y selvas que permitan ponerse en cultivo para externalizar la producción de alimentos para los países externos aunque también para su posterior reimportación a los países de origen: una gran tercerización de la alimentación.

El "land grabbing" (fiebre por la tierra) se conoce y denuncia desde hace unos años. Ahora sus ritmos están a niveles altísimos: hasta 2008 se hablaba de unos 4 millones de hectáreas al año, pero pronto llegó el salto en 2009, como consecuencia de la crisis alimentaria del 2007/2008, con acuerdos para 45 millones de hectáreas, de las cuales el 70% está en África. Las dimensiones de las compañías privadas son de ciencia-ficción: 60 mil hectáreas, 200 mil hectáreas, y estos sólo son ejemplos.

Todo está documentado en un dossier del Banco Mundial en el que se explica que la fiebre de la tierra se ha agravado con la crisis de los precios del bienio 2007-08, que dejó al descubierto la vulnerabilidad de algunos países (por depender de las importaciones de materias primas alimentarias, algunas crisis actuales tienen este aspecto como primer motivo -Túnez, Egipto,…- o por sus fuertes incrementos demográficos), obligándolos a garantizarse el abastecimiento de manera directa.

Las subidas y bajadas de los precios (volatilidad) han despertado también el interés de los especuladores que ven en el sector agroalimentario oportunidades de negocio o, por lo menos, una forma de diversificar sus inversiones. El mismo auge bioenergético desencadenó parte de la pugna por tierras.
 
Entre los protagonistas de la fiebre por la tierra (land grabbing) está China, que ha ido de compras desde Somalia a Kazajstán para producir arroz, soja, maíz, además de cultivos energéticos como la caña de azúcar, la yuca y el sorgo. Los países del Golfo (que cultivan trigo y arroz -entre otros- en Sudán, Pakistán y en el Sureste asiático), Corea del Sur, Japón y muchos otros también han entrado en la pugna. Esta misma semana hemos podido leer que el mayor beneficiario del "Acuerdo entre la Unión Europea y Marruecos" será Arabia, algunos jeques de ese país, en connivencia con el Rey de Marruecos, han comprando grandes extensiones que ahora están arrendando a empresas multinacionales que pondrán los productos en los mercados europeos. El mismo tratado que puede acabar con la agricultura mediterránea, la nuestra. 

Muchas compañías invierten por ejemplo en África para producir biocombustibles, la India cultiva ya leguminosas, entre ellas soja, en su propio territorio y está buscando más territorios en América Latina (Brasil y Argentina) y África. Argentina, en cambio, está exportando un modelo distinto: grandes compañías de gestión alquilan miles de hectáreas, incluso en países colindantes, con el siguiente resultado: las 30 sociedades más importantes controlan 2,4 millones de hectáreas.

Des del Banco Mundial se han planteado algunas preguntas: ¿Puede este creciente interés hacia los terrenos agrícolas en el mundo traer beneficios a largo plazo? ¿Pueden las inversiones extranjeras, en muchos casos especulativas, transformarse en oportunidades para las poblaciones locales? Varias ONG lo dudan, aunque la FAO es más optimista y el Banco Mundial hace distinciones: si las adquisiciones en amplia escala se efectúan en "buenas condiciones", sí habrá beneficios, como el acceso a mejores técnicas agrícolas o la creación de puestos de trabajo.

Otros sugieren que un modelo de agricultura basado en contratos sería preferible: los nativos ceden los derechos exclusivos de adquisición de los productos agrícolas acordando previamente los precios a cambio de inversiones y puesta a disposición de tecnologías, semillas, fertilizantes, etc. por parte del extranjero.

Como hemos comentado el 70% de las tierras que cambian de propietario son africanas (Etiopía, Mozambique y Sudán). Esto se debe, en primer lugar, a la debilidad local de las leyes y las instituciones. El dinero fresco que entra en las arcas de los gobiernos les lleva, a menudo, hasta el punto de alentar estas inversiones. De esa forma nacen las paradojas: las poblaciones autóctonas mueren de hambre, mientras que los piratas compran o alquilan sus tierras para producir alimentos que exportarán a países lejanos.

Esto demuestra que a más terreno cultivado no corresponde necesariamente menos hambre o más desarrollo para las comunidades africanas o de otros países, porque no es fácil hacer coincidir los derechos de los pequeños productores locales con los de los inversores extranjeros.

Pisando tierra europea, volviendo a nuestra problemática y comparando nuestra capacidad productora de alimentos con la de los grandes países y empresas es como comparar una finca de un buen propietario gironés con el huerto de un jubilado. Acabamos de comenzar el debate sobre la PAC 2013/2020, todas las opiniones, políticamente correctas, van dirigidas a conseguir una PAC más respetuosa con el medio ambiente. Comparando esta mentalidad con la de China, la India, Estados Unidos, etc. la agricultura europea es la de un huertecillo. Comeremos lo que nos traigan desde los grandes mercados, eso sí, podremos disponer de un buen tomate o una buena lechuga de nuestro propio huerto, el europeo, pagándola muy cara el día que nos apetezca.

Jesús Domingo Martínez

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Aragón Liberal
Periódico digital de información y Opinión



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