10/08/2011

El silencio de los pastores

 

 

Asusta el ritmo de desaparición de explotaciones ganaderas en España, cuyas causas son las de siempre pero agravadas por otras nuevas. Siempre ha habido dificultades para el relevo generacional en los sectores ganaderos cuando se jubilan los mayores, sobre todo por la dureza de un trabajo que no permite fiestas ni vacaciones y por la escasa rentabilidad. El generalizado aumento de los costes de los últimos años ha ido al alza con la subida del precio de los cereales y de los piensos; ha subido lo que los ganaderos compran mientras se ha producido una bajada real de los precios de lo que se vende en las granjas y a muchos ganaderos, que, si empleamos términos taurinos, ya tenían en lo económico un "medio estoque" la situación les está dando "la puntilla".

 

Los cereales han subido pero no es cierto que hayan subido tanto como algunos que no echan cuentas dicen, es que simplemente sus precios llevaban 25 años congelados y ahora ha cambiado el ciclo. El encarecimiento de los precios del petróleo es una de las causas de la subida ya que ha producido una importante demanda de etanol para añadir a las gasolinas y este procede en su mayor parte de los cereales fundamentalmente maíz y trigo, aunque no sólo. También ha aumentado la demanda de cereales de determinados países en desarrollo, para alimentación humana y de sus cabañas ganaderas, como por ejemplo China, lo que ha contribuido a su mayor precio.

 

Cereales, no tan culpables

Pero hablando en plata no se puede decir que la cebada esté cara. Si bien es cierto que el precio que ha recibido el agricultor este año ha sido de 0,18-0,20 euros también lo es que hace 30 años su precio era de 0,13-0,15 euros. Cualquier promedio de inflación que quisiéramos ponerle a esos precios de hace 30 años, nos daría que la cebada, maíz o trigo deberían estar más caros de lo que están.

 

Eso no significa, sin embargo, que la mayoría de los ganaderos puedan pagar el precio final de los piensos en la actualidad. Pero la causa hay que buscarla más en la falta de precios justos al ganadero, por lo que vende (leche, carne, huevos, etc.,) que en lo caro que puedan estar los cereales, que ya hemos visto que no lo están tanto.

 

Siendo objetiva y generalizada en el mercado mundial esa subida de los cereales, no afecta por igual en todos los países. La ganadería española tiene que competir con la de otros países, que aún teniendo los piensos a similares precios tienen una menor dependencia de su consumo, porque su clima permite alimentación más barata a base de hierba, ensilados y derivados y además perciben, como en general ocurre, un mayor precio del producto final al ganadero. Por tanto, la fatídica ecuación está formulada y su desenlace lo estamos viendo: otros ganaderos comunitarios podrán aguantar, los españoles no.

 

Como colofón los ganaderos españoles tienen una clara competencia desleal con las interprofesionales francesas y con sus acuerdos de mercado, tanto con los que se hacen públicos como los que se mantienen en privado. A este panorama hay que añadirle una legislación y unas normas de etiquetaje, inspección sobre los productos alimenticios basada en la desidia administrativa en la escasa inspección, que es lo mismo que la permisividad y en la confusión competencial, lo que perjudica gravemente a consumidores y productores.

 

Confundir para vender

La falta de seguridad en la procedencia de los productos se hace evidente cuando vemos como destacan algunos en su etiqueta "envasado en" y no siempre acompañado del "producido en". Esto, que puede parecer una bobada genera estrategias comerciales en muchas empresas que tienen la mayor parte de sus beneficios basado en que el consumidor o no se entere o se confunda. Es el toco-mocho que se les hace a los consumidores y a modo de ejemplo vemos muchos botes de espárragos en los que pone con letras grandes "envasados en NAVARRA", pero en realidad proceden de Chile o de donde más baratos estén. Así ocurre con los quesos que llevan un dibujo de un Molino manchego, o un Quijote, o la palabra Mancha, para que los consumidores se confundan y lo compren creyendo que era manchego, sin serlo.

 

La aceptación de las autoridades y de la industria durante décadas del hecho de que España sea el país de destino de todas las leches sobrantes en otros países, especialmente de las peores leches francesas, -que llegan al mercado español a precios por debajo de los costes de producción de aquí y de allí-, nos ha llevado donde estamos.

 

Además se hacen trampas que nada tienen que ver con las reglas de mercado limpio y transparente. Admitir añadidos en las etiquetas de unas cosas llamadas "lácteos" que no se sabe si son leche en polvo, sueros caseinatos, o leche de dromedaria secada al sol; la falta de control a diario sobre lo que realmente hay dentro de los Brik por la ausencia de inspección es tan grande que si generalizasen los controles en este sector, puede que el reciente escándalo del aceite de oliva virgen, que realmente era "menos virgen", fuera un grano de anís comparado con esto.

 

Si mis palabras son exageradas, estoy dispuesto a retractarme, pero antes lanzo el reto al MARM para que analice en un laboratorio de prestigio los contenidos de los 50 productos alimenticios que designemos las organizaciones de consumidores y la organización el que suscribe, y que posteriormente se hagan públicos todos los contenidos de los mismos. Veríamos entonces el nivel real de fraude que hay, quizá veríamos también que la mayoría de esos fraudes son al bolsillo y a la calidad y que no matan a la gente, pero no por eso dejan de ser fraudes que sí matan empresas y cierran granjas; además es evidente que quienes los practican toman al consumidor por tonto.

 

No propongo poner bajo sospecha a toda la agroalimentación española, antes bien al contrario, lo que me parece deseable es que los que juegan limpio, los que hacen bien las cosas, los que cuidan la calidad y no incitan a la confusión, que son la inmensa mayoría de los industriales y de las cooperativas, puedan permanecer en el mercado mientras que se vigila y se sanciona a los otros.

 

No debería ser que el productor, el industrial o la cadena de distribución más honesta sea quien más pierda, especialmente cuando se trata de algo tan importante como la alimentación, la de los animales y la de las personas, lo que al final acaba siendo lo mismo.

 

Es cierto también que mucha de la normativa actual es confusa. Bruselas ya está trabajando en su modificación, y en muchos casos no hace falta ni siquiera saltarse la ley para "dar gato por liebre"; ¿no sería lógico por ejemplo que no se pudieran poner fotos de frutas en envases de lácteos que no llevan fruta? ¿O que no se permita que se llame yogurt a un producto muerto? Pues se hace.

 

Además, lo de los colorantes, saborizantes, conservantes; especificación del origen del producto, si este es transgénico o no, permite amplios márgenes de confusión y de fraude. Todo el mundo debería saber qué debe estar puesto claramente en la etiqueta (y no haga falta una lupa para leerlo), y debería la normativa imponer límites más beneficiosos para el fomento de la calidad y la transparencia en definitiva beneficiosos para el consumidor.

 

¿Es el silencio de los corderos o el de los pastores?

Se han hecho muchas referencias literarias, incluso religiosas, sobre el silencio de los corderos cuando van al matadero, pero en esta situación lo que sorprende, lo que asusta, no es precisamente el silencio de los corderos sino el de los pastores, que se encaminan al matadero de su profesión, desapareciendo a miles sin levantar la voz, sin "abrir el pico". Es cierto que hay algunas excepciones de movilizaciones de la UCCL en Castilla León y algunas otras actuaciones pero en pocas más ocasiones se están viendo acciones de protesta.

 

Hace falta un plan en serio, que este auspiciado por el MARM y las comunidades autónomas y que haga posible la pervivencia de la ganadería intensiva y extensiva en España y que, sin quitar competencias a las comunidades autónomas, y considerando desde el coste de una vacuna, pasando por un Kg. de pienso, por el coste de la electricidad, el matadero; actúe también a lo largo de toda la cadena alimentaria.

 

Este plan, entre otras cosas, debería evitar la competencia desleal y el abuso con lo que resultaría mas fácil garantizar rentas dignas a los ganaderos, con unas también dignas reglas del mercado diferentes a las que tenemos; ya que estas se basan en la actualidad fundamentalmente en una ley muy simple, la ley del embudo, aplicando lo ancho para la distribución y la industria y lo estrecho para el ganadero y el consumidor. Si de verdad en este país alguien quiere crear empleo va siendo hora de que se intente también en el medio rural manteniendo y/o creando una estructura productiva agroalimentaria.

 

Para los productores, es hora de alzar la voz, de defenderse, de denunciar lo que pasa y también de hacer propuestas constructivas y que nos puedan sacar del hoyo en el que estamos, no es el momento de callarse.

 

Si los franceses, que nos vuelcan los camiones cuando se les hace competencia leal, sufrieran lo que estamos viviendo nosotros aquí con la ganadería, en la plaza de la Bastilla se habrían vuelto a instalar las guillotinas; pero en nuestro país, en el que según parece ya nadie se acuerda de Fuenteovejuna, estamos en una inexplicable sumisión a un destino de abandono, derrota y sumisión que a muchos les parece inexorable, pero solo lo es, si lo creemos así. Aquí inexplicablemente estamos en el silencio de los pastores y en el de muchos de los que dicen representarles.

 

 

JDM


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