5/23/2006

Al fin justicia en el juicio de Yesa.


Enhorabuena a Ángel, Tomás, Carlos, José Luis y demás inocentes baqueteados.

Era de prever pero han sido necesarios seis años de angustiosa espera para que, al final, todos los imputados en el juicio de Yesa sean absueltos de todas las imputaciones que se les hiciero.

El asunto no tenía ni pies ni cabeza, era la pataleta encaminada a parar el recrecimiento de Yesa por todos los medios posibles llevando a judicalizar las reclamaciones. No bastaba sólo la “participación ciudadana y las alegaciones”, había que llegar al final porque el fin era bueno y bendecido por el ecologismo radical.

No importaba hacer sufrir a honrados ciudadanos, trabajadores que todos los días, con aciertos y fallos, procuraban servir a la sociedad con un empeño legítimo e ilusionante: atender las necesidades vitales de agua. Son los escondidos trabajos que están detrás de que todos los días nos llegue el agua del grifo a nuestra casa, corra saltarina por la acequia sembrando vida y manteniendo nuestros pueblos agrícolas.

Se les acusó de prevaricación, de falsedad de documentos públicos, de arriesgar la seguridad de las personas hasta límites catastróficos por empeñarse en hacer un proyecto y una obra tan necesaria para Aragón. Se inventaron tramas empresariales y se enviaron artículos difamatorios a revistas sensacionalistas. Todo ello bendecido por el lema “el fin justifica los medios” y mostrando la falta de diálogo y de verdadero espíritu democrático de algunos de los que iniciaron el proceso, porque entiendo que también habrá habido gentes de buena fe a las que se les ha manipulado el sentimiento.

Esta sentencia es un punto de inflexión que se agradece, es un viento de aire limpio en el panorama de nuestra justicia, pero es un baldón a los promotores del juicio, por muchos premios y reconocimientos internacionales que tengan.

Es el momento de pedir a todos que recuperen el espíritu de diálogo democrático y que recuperen también la ética en su actividad pública. No todo vale aunque el fin sea legítimo.

Federico R. de Rivera

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