8/13/2006

La erupción del Krakatoa, contada por Hella S. Haase.


La erupción del Krakatoa, contada por Hella S. Haasse.
Diario de Rudolf Kerkhoven en “Los señores del té”, páginas 232-234:

Carta de Rudolf a sus padres el 27 de agosto de 1883:

“... Ayer por la tarde, mientras se preparaba una ligera tormenta de lluvia fina, a ratos creímos oír y sentir unos temblores. Primero pensamos que se trataría de truenos en la lejanía, pero la tormenta cesó, mientras que los ruidos se hacían cada vez más intensos, alternándose con golpes secos. A eso de las siete de la tarde oímos una serie interminable de fuertes estallidos: era evidente que se trataba de la erupción de un volcán y de repente nos acordamos del Krakatoa, que está a 270 kilómetros de aquí y que hace tres meses entró en erupción.

Los niños tenían miedo, pero aún así consiguieron dormirse; también nosotros nos fuimos a la cama a eso de las diez, diez y media, y nos dormimos. Hacia medianoche me despertó el rumor creciente. Las puertas, las ventanas, los armarios, todo retumbaba. También Jenny y los niños se despertaron. Luego siguió una sacudida que superó en intensidad a todas las anteriores. Toda la casa tembló. Era como si hubiesen disparado un cañón justo al pie de nuestra ventana. Y en realidad no hubo ningún terremoto, sólo constantes temblores y un gran estrépito. Cuando todo volvió a la normalidad, mi reloj marcaba unos minutos antes de la una.

Fuera hacía noche oscura, el aire era tibio, no corría una gota de viento. Los estallidos continuaron durante toda la noche, a ratos más fuertes, a ratos más débiles. Por la mañana oímos que los nativos habían pasado la noche en vela, dentro o en las inmediaciones de la casa del escribiente. Algunos pensaron que el Gunnung Tilu se desplomaba, otros que se trataba de nuestra casa o de la fábrica. Todos se habían preparado para salir corriendo. Las madres llevaban a los pequeños colgados de los slenglang y los hombres iban cargados con las pertenencias más valiosas. Pero nadie sabía a donde ir.

Esta mañana las erupciones se alternaban con períodos de calma. A eso de las diez y media, el cielo se cubrió de un banco de nubes plomizo procedente de poniente. El sol, velado todo el tiempo por una especie de neblina, desapareció por completo y se hizo una oscuridad aterradora. Hacia el mediodía, me era ya imposible leer bien en el despacho. Los peones abandonaron los plantíos y retornaron a sus casas, las gallinas volvieron a sus gallineros y los grillos se pusieron a cantar. Tras fuertes ráfagas de viento del sur, se reinstauró una calma total, no se movía una hoja. La temperatura descendió rápidamente varios grados y comenzó a hacer un frío desagradable. Hacia las doce y media, surgió por el este una franja de luz, como ocurre al alba. Los gallos se pusieron a cantar, y también los pájaros. Toda la naturaleza parecía desorientada.

Poco a poco, la masa gris se fue diluyendo y entre las tres y las cuatro pudimos volver a distinguir el lugar donde debía encontrarse el sol. Estoy totalmente convencido de que esa niebla grisácea era una nube de ceniza, suspendida en el aire. Pero aquí no cayó nada de ceniza, ni hubo humo, ni tampoco olimos el azufre”

Cuenta que a la noche siguiente “pudimos ver claramente las llamaradas que escupía el Krakatoa. ¡Qué terrible desgracia para Bantam!

Cuenta el 11 de septiembre los efectos desoladores de la erupción: “ La costa de Bantam se ha visto afectada sobre todo por un maremoto. El agua penetró varios kilómetros tierra adentro, destrozando todo a su paso, barriendo casas y personas hacia el mar. Luego se produjo la lluvia de ceniza. Telok Betung ha sido destruida y la bahía es ahora inaccesible por las masas ingentes de piedra pómez que impiden el paso a toda embarcación. Decenas de miles de cuerpos flotan a la entrada del estrecho de Sunda”.

Alguien me dirá ¿cuál es la razón de este post en un blog de medioambiente? La respuesta es sencilla. Conozcamos la fuerza de la naturaleza y pongamos al hombre en su lugar. Ahora podemos prevenir mejor esos desastres y reducir la pérdida de vidas humanas, aunque no siempre. Lo que no podremos nunca es impedir que la tierra cumpla, inexorable, sus leyes y muestre que encierra en ella fuerzas imposibles de parar por el hombre. Toda una lección de humildad ante una naturaleza imponente, y una doble llamada: a reconocer a Dios como creador de todo ese poder y a reconocerse criatura que, si no fuese por su ser espiritual, podría compararse a una minúscula hormiga ante la mirada sonriente de los titanes.

Frid.

0 comentarios: