Desde que los biocombustibles acaparan la atención mundial, debido al calentamiento global y a los precios del petróleo, se han producido importantes medidas y controvertidos estudios que revelan una creciente ambigüedad alrededor de esta fuente de energía renovable.
En efecto, al tratar de reducir la dependencia del petróleo importando, en EE.UU. se ha aprobado una nueva ley, donde se fija para el 2022 una meta de producción interna de 35 mil millones de galones anuales (poco más de 2,35 millones de barriles petroleros diarios) o sea la cuarta parte del consumo actual de gasolina y cinco veces la actual producción de etanol de maíz.
Esta ley, que entró en vigor este año, afectará gradualmente a todos los países que le suministran petróleo o combustibles a EE.UU. al reducir sensiblemente las importaciones. A esto se suma la ambiciosa meta de la UE de apuntar a sustituir con biocombustibles el 8% de su consumo de gasolina y diesel para el 2015.
Al mismo tiempo que EEUU y la UE lanzan sus ambiciosas metas, países como Brasil --que produce unos 370.000 barriles diarios de etanol-- lanza una campaña mundial para expandir su exportación de ese producto, apoyándose en su dominio tecnológico en ese campo y su abundante disposición de terrenos para cultivos. Asimismo, varios países latinoamericanos y del Caribe –en especial Colombia.
Pero, mientras todo indica un aumento gradual de la producción y uso de biocombustibles, se publica un impactante informe científico -realizado por ecologistas de la Universidad de Princeton- que sostiene que el uso de biocombustibles no representa una ventaja en términos de reducción de gases de invernadero, sino que aumentará la generación de CO2 y el calentamiento global. En el informe se asevera que al hacer el balance entre la posible reducción de CO2 por el uso de biocombustibles en motores, y la energía que se consume para producir el etanol de maíz sale mal parado, anulando la ventaja que tenía el etanol como sustituto de la gasolina. Al final, entonces, habría más generación de CO2 que antes.
A esto se agrega la pérdida de extensas zonas selváticas deforestadas o de sabanas acondicionadas, y que se utilizarían para proveer nuevos terrenos de cultivos, produciéndose una pérdida neta de vegetación que ya no podrían absorber de la atmósfera el CO2 generado por distintas fuentes, mayormente por la quema de carbón y petróleo. Los autores toman en cuenta que al usar terrenos cultivables para producir maíz, este tiene que cultivarse en otros terrenos, reduciendo así las áreas verdes que podrían absorber CO2, de otro modo se estará afectando la provisión de alimentos. Lo mismo había advertido Cuba en las publicitadas reflexiones de Fidel Castro desde hace un año, que aparentemente están siendo tomadas en cuenta sólo en los planes de Venezuela, donde los planes para el etanol parecen estar engavetados. No creo necesario recordar que Venezuela es productor neto de petróleo y toda su economía está basada en la venta de este producto. Cuba es el principal país satélite de Venezuela. Vemos que la manipulación que hacen los ecologistas están en la línea de Cuba y Venezuela.
Sin embargo el balance energético y ecológico para el etanol producido de la caña de azúcar es ligeramente favorable, lo que indica que -para las regiones tropicales- el etanol que se puede producir de la caña queda a salvo de esta calificación negativa, al menos por ahora. En otras palabras, los países de zonas tropicales como las de África y Latinoamérica/Caribe -que permiten un cultivo apropiado de la caña- podrían dedicarse a la producción de azúcar para convertirlo en etanol, pero siempre que su consumo de azúcar -o sus necesidades económicas por la venta de este- sea satisfecho, de otro modo tendría se obligará a deforestar o acondicionar terrenos con bosques o sabanas, con lo que la reducción natural de CO2 por fotosíntesis se vería comprometido.
JDM
Ver:
El uso del etanol supera al de la gasolina en Brasil
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