Reflexiones sobre la declaración del parque nacional de Monfragüe en Extremadura para la protección del medio natural. Afirmamos que algo tiene que ver en ello la regulación del Tajo. Otros ejemplos: La Sotonera y Ribarroja en la cuenca del Ebro.
El pasado mes de mayo el Gobierno español aprobó una ley mediante la cual Monfragüe (Extremadura) era declarado parque nacional. Una de las razones aludidas es el hecho de que es, desde 2004, zona de especial protección para las aves (ZEPA). No es imposible concluir que uno de los efectos beneficiosos de los embalses de Torrejón y de Alcántara ha sido crear unas masas de agua “modificadas” que han permitido la consolidación de esa población de aves.
Curioso efecto de los denostados embalses. Ejemplo de ello tenemos en la cuenca del Ebro: cola del embalse de La Sotonera (embalse de más de 180 hm3 de capacidad y en derivación del río Gállego ocupando parcialmente la cuenca del río Sotón). Es un lugar de parada obligada de las grullas en su cruce pirenáico.
Otro ejemplo: para impedir que la Confederación del Ebro tomase una medida, la única en vías de urgencia, de bajar parcialmente la cota del embalse de Ribarroja, tanto la Comunidad Autónoma aragonesa como la catalana alegaron la zona de especial protección para las aves de la cola de ese embalse, que al tener habitualmente la cota alta, permitía el anidar de muchas especies de aves.
Con esto simplemente doy una pincelada del efecto beneficioso de las obras de regulación para los paisajes áridos de nuestra tierra. Y, matizando a Eva Van den Berg en su artículo “Conservar y Gestionar” del National Geographic de octubre 2006; sostengo que se contradice cuando afirma “el hombre forma parte inseparable de este ecosistema humanizado, que ha dejado de ser natural tras largos siglos de convivencia con Homo sapiens”; somo s una pieza más, aunque fundamental, del sistema logrado durante milenios”. Y es que el hombre “es tan natural para el paisaje como el sarrio, la mariposa o la trucha”. ¿O es acaso un marciano?; el paisaje es para el hombre y la tierra es su casa.
Sostengo con Pablo Campos lo que él afirma en ese mismo artículo: “abogar por una ideología de la naturaleza sin huella del hombre, al estilo de los parques norteamericanos, no se ajusta a la realidad. Nuestros parques nacionales son el resultado de la interacción del hombre y la naturaleza”.
De hecho se han dado insensateces grandes desde el proteccionismo radical, legislando y condenando a pueblos que viven en entornos naturales al estancamiento o a la migración por impedirles gestionar el medio de tal modo que les aporte beneficios y calidad de vida.
Los que quieren aplicar a los parques naturales españoles la primera categoría de protección, la que excluye al hombre de esos lugares son hominicidas, y nos tratan como si fuésemos una plaga.
Esos mismos insensatos no hacen mas que insensateces, como los técnicos medio ambientales aragoneses que para proteger una franja pequeña de bosque de ribera en el río Gállego exigían que una carretera se elevase por encima de las copas de los álamos, lo que significaba una sobre-elevación de 25 metros. Para ello era preciso iniciar unos terraplenes para conectar con el puente a construir, y un movimiento de tierras de 1.000.000 m3. Un verdadero desastre ecológico. Y no hablo del sobre-coste, porque para esos técnicos el dinero no cuenta.
Serían pensadores de una realidad plana si pusiesen al hombre al mismo nivel de la libélula, pero más bien están bajo la tierra intelectual al considerar que no formamos parte del paisaje. Y, realmente, formamos parte de ese paisaje sin necesidad de llevar un taparrabos entre las piernas.
frid
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