9/08/2006

Agua, agua, agua... ¿es sólo agua? Somalia es un ejemplo de tantos.

Agua, agua, agua...

La sequía es una realidad tremenda en parte de nuestro planeta. El agua potable es escasa; el agua potabilizable es inagotable. El agua dulce es suficiente para dar de beber a todos, si bien está más distribuida. El agua salada y salobre está a veces más a mano. Pero el problema del agua en el mundo no es un problema de escasez, salvo en el desierto.

Dice Hamed “que la poesía de su pueblo habla a menudo del drama y la aniquilación de aquellos clanes que, atravesando el desierto, no han conseguido llegar hasta un pozo. Esas peregrinaciones de trágico final duran días, incluso semanas enteras. Las primeras en caer muertas son las ovejas y las cabras. Pueden aguantar sin agua apenas unos pocos días. Luego les llega el turno a los niños. “luego los niños”, dice, sin añadir nada más. Ni siquiera dice cómo reaccionan sus madres y sus padres, ni como se los entierra. “Luego los niños”, repite y vuelve a sumirse en el silencio. Hace tanto calor que incluso hablar resulta difícil. Acaba de pasar el mediodía y no hay con qué respirar. “Luego, mueren las mujeres”, continúa al cabo de unos instantes. Los que aún viven no pueden detenerse durante demasiado tiempo. Si se detuviesen cada vez que muere alguien, jamás llegarían a un pozo. Una muerte causaría otra, y otra, y otra. El clan que seguía su ruta, que ha existido, desaparecería en algún lugar del desierto. Nunca más podría averiguar nadie hacia donde se dirigía aquella gente. Ahora tengo que imaginarme ese camino que no existe, es decir, que no se ve, y en él a un nutrido grupo de personas y animales que va menguando por momentos y se vuelve cada vez más pequeño. “Durante un tiempo siguen con vida los hombres y los camellos”. El camello puede aguantar sin beber unas tres semanas. Y recorre largas distancias: quinientos kilómetros e incluso más. Durante todo ese tiempo, la camella tendrá algo de leche. Esas tres semanas son el límite extremo de supervivencia para el hombre y el animal, si se quedan solos en la tierra. “¡Solos en la tierra! Exclama Hamed, y hay en este grito suyo un timbre de terror, pues se trata precisamente de aquello que el somalí no es capaz de imaginarse: quedarse solo en la tierra. El hombre y el camello siguen viaje en busca de agua, de un pozo. Caminan cada vez más despacio y cada paso que dan les exige un mayor esfuerzo. Y es así porque la tierra que pisan ni por un momento deja de estar envuelta en las llamas del sol; el calor tórrido, que sale de todos los rincones, lo abrasa todo: las piedras, la arena y el aire. “El hombre y el camello mueren juntos”, dice Hamed. Esto ocurre cuando el hombre ya no encuentra leche: las ubres de la camella están vacías. Secas y agrietadas. Por lo general, al nómada y a su animal les quedan aún fuerzas suficientes como para arrastrarse hasta alguna sombra. Se los encuentra más tarde, muertos, en algún lugar sombreado o allí donde al hombre le había parecido ver una penumbra”. (Kapuscinski, Ébano p. 203-204)

Pongamos ahora a ese nómada algunos elementos de la civilización moderna: telefonía por satélite; sistema de detección y alarma en caso de necesidad; un gobierno diligente; un interés real por las personas y mejorará algo la situación de indefensión en la que se encuentra.


Cierto, vivimos como queremos; pero el “hecho civilizado” está en convencer a la gente para que adopten los medios disponibles para su mejor subsistencia. Bien que incorporaron a su cultura las armas de fuego y otras lindezas del progreso.

Frid


Prestar ayuda en el caos en Somalia por Médicos sin frontera:


Desde 1991, Somalia ha sido un Estado sin Gobierno. Tras 14 años sin ley, el país tiene enormes necesidades que nadie ha cubierto y un elevado nivel de violencia diaria. La guerra civil prácticamente ha destruido todas las estructuras y servicios públicos de salud. En muchas partes del país, clínicas y hospitales han sido saqueados o seriamente dañados. Se estima que hay cuatro médicos y 20 diplomados en enfermería y comadronas por cada 100.000 somalíes.

No es de sorprender que Somalia tenga uno de los peores indicadores de salud del mundo. Más de uno de cada 10 niños mueren al nacer y de los que sobreviven, una cuarta parte morirán antes de cumplir los cinco años. La desnutrición, unida a la pobreza y la sequía, es una de las muchas lacras de Somalia. A nivel nacional, no hay autoridad que asuma el desafío de alimentar a la población ni proporcionarle atención sanitaria. Los efectos son obvios: la esperanza media de vida para un somalí es de 47 años.

La violencia es tan generalizada y la estructura de clanes tan compleja, que pocas agencias de ayuda trabajan en Somalia. Sin Estado y sin sistema público de salud, el país necesita desesperadamente asistencia externa. MSF intenta llenar algunos de estos vacíos en las zonas más afectadas del sur y el centro del país, con proyectos de atención primaria de salud, tratamiento de la tuberculosis (TB) y el kala azar, nutrición terapéutica para niños desnutridos, asistencia pediátrica y cirugía.


Concluyamos: cierto, no hay agua pero dentro de estos países hay otras razones para que vivan en la miseria y no salgan de ella. Preguntemos quienes les dan en vez de "desaladoras", armas. ¿Un orden internacional serio en vez de pasearse por ahí nuestro Coffi Aman para pasar la mano por el hombro a los dictadores?

1 comentarios:

Ignacio dijo...

A riesgo de que me llameis frívolo, lo que no entiendo es como hay tanta pòblacion sin haber agua, de verdad; no se como se puede desarrollar tanto una zona (Etiopía es bíblica) sin con el tiempo haber establecido un sistema de riegos o de abastecimiento, es una duda que la llevo tiempo.