9/04/2006

Ecología y ciencia-ficción.

Cuando los científicos no son serios y los humanos somos crédulos.

Los científicos son los niños mimados de la sociedad, son del todo creíbles, tanto cuando hablan de lo poco que saben como de lo mucho que ignoran; porque nadie desliga el ámbito reducido de su saber con el acerbo infinito del conocimiento humano.

Casi estoy dispuesto a sostener que una de las razones de la multiplicidad de los seres humanos es sencillamente el que haya al menos un hombre que sepa de cada una de las cosas. Sin embargo solemos hacer más caso a la multitud que las ignoran.

Por eso no me extraña que mi amigo Ignacio haya traído a colación, en las cuestiones medio ambientales, la ecuación de Drake, mejor dicho, la suposición de Drake. En ella el número de planetas con vida es el resultado de la fórmula:

N = n*fp ne fl fi fc fL

No voy a entrar en la definición de cada miembro de esta maravillosa ecuación, que nos resuelve, de una vez por todas, una pregunta angustiosa ¿habrá otro planeta con vida al que podamos huir cuando nos carguemos éste? ¿cuántos miles de millones de años nos separan de la esperanza de sobrevivir?

Decía un amigo mío, ecologista sensato, que nuestro problema como medio ambientalistas se limitaba a preparar a las generaciones futuras para que resuelvan ellas sus nuevos problemas, porque seguro que serán nuevos. Bien lo dice Michael Crichton en el post que comento. Prácticamente casi todos los medios que utilizamos los hombres de hoy ni soñaban con ellos los hombres de hace 100 años. Y no creo que la capacidad técnica e inventiva del hombre se halla agotado.

Por eso, cuando con el aura de la ciencia, un personaje nos suelta una fórmula atractiva nos extasiamos, aunque un aguafiestas, un científico de verdad, se atreva a decirnos que esas suposiciones no tienen pies ni cabeza. Son sencillamente una fórmula morcilla: hecha con desechos de trabajos científicos no terminados.

El éxito de estos “pseudo-científicos” o de esos científicos sin escrúpulos, como pudiera ser Asimov cuando hablaba de ecología, es que hablan con lenguaje técnico de mundos imaginarios, que son de lo más atractivos.

Acordémonos del mito del unicornio, la sociedad medieval no quería hacer oídos a la realidad de que esos cuernos tan maravillosos eran de un mamífero marino, el narval, que se pescaba en las costas islandesas. Era más bonito soñar en animales imaginarios. Como también era más bonito pensar que los animales encontrados en la piedra como fósiles alimentaran el mundo de la mitología nórdica con los trolls, personajes de roca que a la luz del sol se petrificaban para siempre.

Lo que tiene necesidad la sociedad actual no es de ciencia, sino de sueños. Y en vez de alimentarlos los literatos lo hacen científicos y políticos sin escrúpulos que quieren llegar a la gloria por el atajo de la moda y de la fama.

Y lo peligroso de esa simbiosis es que el que juzga la verdad científica es, normalmente, un ignorante político que aprueba las nuevas vías de financiación a la investigación. Ejemplo de ello: es claro que las células madre adultas han resuelto ya problemas médicos reales y dan más esperanza de éxito en otros asuntos muy preocupantes para el tratamiento del envejecimiento y del cáncer, además de no dar problemas éticos especiales para nadie; es claro que las células madre embrionarias no han podido todavía ser “domesticadas” y su uso en la terapia de enfermedades es incierto y con graves problemas éticos. Luego elijamos para su financiación la “técnica más progresista”, que, curiosamente, es la menos seria de todas.

Pero además, junto a esos ignorantes que juegan a la política, que –por cierto- es la tarea más seria de los hombres, los científicos menos serios, los más aventureros, los menos rigurosos, se han encontrado que, haciendo un juego malabar, engatusan y ganan subvenciones multimillonarias para su investigación, una investigación totalmente anti-ecológica porque manipula y destruye seres humanos; o estudia el método más eficaz de matarlos.

Y la última máquina que han encontrado para engatusar a los políticos es la predictora de desastres ecológicos que, unida al calentamiento global de la tierra, nos lleva indistintamente a un calentamiento global, a un enfriamiento irreparable, a épocas de sequías y lluvias extremas, en definitiva: nos muestra el clima muy alterado, como lo es habitualmente en el planeta tierra.

Como los científicos de verdad también leen y escuchan esas profecías apocalípticas, han tenido que ponerse a estudiar las variaciones climáticas de secuoyas gigantes, de depósitos de hielo siberianos, de formaciones de acumulación de fósiles y han llegado a la conclusión que había vida en otras épocas con esa temperatura templada que nos predicen. Intuyo que con ese calor y con la lluvia que se generará, también aumentará la masa vegetal y que se formarán depósitos del CO2 sobrante como ya pasó en otras épocas.

La conclusión que presento es que la comunidad científica, para volver a ser seria, debería rehacer su compromiso con la ciencia. Como científicos que cuando hablen diferencien: lo que ellos han constatado, lo que ellos han heredado del saber científico anterior, de las interpretaciones plausibles de los fenómenos que observan y que, cuando pasen esa barrera anuncien: ahora comienzo a contarles una novela, una novela interesante, una novela de ciencia-ficción.

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