Piedra a piedra, en tiempos lejanos, se construyó en el valle cerrado de aquella montaña, una ermita. Eran tiempos difíciles... los moros y los cristianos se batían en continuas peleas. Los ermitaños provenían de la tierra francesa y de ahí trajeron sus santos y devociones. Pasó el tiempo, la reconquista aragonesa creo paz y buen gobierno y las ermitas florecieron. Pasó más tiempo, vino la peste, diezmose la población y muchos eremitorios se despoblaron. Lejos como estaban del mundanal ruido... cuando la gente superó el mal negro, los que quedaron... se olvidaron de tanto eremitorio. Quizá por eso hay tantas ruinas de viejas ermitas por estos montes.
Cuando subimos los congostos y entramos en algún valle colgado, no es extraño que veamos ruinas de ermitas, sin techumbre y llenas de maleza. Algunas de ellas han sido limpiadas, pero poco queda... unas piedras que nadie duda que formaron parte de un humilde edificio y que fueron brazos humanos los que ahí las colocaron.
Hay indicios, por las obras, que la inteligencia humana hizo un trabajo... si bien el tiempo hizo el suyo y descubrió los techos de esas ermitas.
Nadie discutiría que es obra humana la Catedral de León, donde está escondido el sillar del cimiento. Nadie dudaría que hubo muchos canteros tallando las piedras para darles esa forma perfecta y elevar las agujas hacia el cielo en una especie de oración petrina.
Donde hay armonía... nadie duda que hay una Inteligencia ¿o sí?
Azar lo llaman los hombres grises. Necesidad lo llaman otros hombres del mismo color... ¿Y si hablásemos de un Arquitecto peculiar que emplease los elementos de la naturaleza como sillares del gran edificio del Universo? No es una explicación del por qué lo hizo ni del cómo lo hizo, pero es una posibilidad que se asemeja bastante a cómo verían las cosas los ojos sin malicia.
Los cimientos siempre están ocultos, el primer momento... la primera concentración de materia, la gran explosión... qué más da si se pierde en el infinito o en un instante mensurable. Los hombres grises siempre llevan una cinta métrica de millones de años que se queda corta. Y como niegan el principio a partir del final de la cinta se inventan los datos, imaginan con empeño admirable para encontrar una explicación más increíble que un Dios Arquitecto. Están empeñados en que demos un salto dialéctico desde el "desde el no hay más datos" a "y aquí Dios no es necesario".
No son las manos divinas como las nuestras, no dejan huella como nosotros en la piedra de la cantera. Su huella se llama "potencialidad casi infinita". Y es que basta una ligera brisa divina para que el cuerpo de Adán, hecho del barro de la tierra, cobrase vida y fuese un reflejo de la vida divina.
frid
4/10/2008
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