Es bien sabido que la evolución de las especies constituye una hipótesis científica que, reconducida a sus justos y razonables límites, es admitida por muchos hombres de ciencia y no se opone a la Revelación divina ni tampoco, por tanto, a la fe cristiana. Será incumbencia del científico, dentro del ámbito de su legítima autonomía, aceptar o no la evolución como explicación válida de importantes problemas, sobre todo en el campo de la biología. Pero cosa muy distinta es pretender elevar a la categoría de dogma un evolucionismo absoluto y total, para que sirviera así de fundamento a la concepción materialista del hombre y de la vida. Desgraciadamente es lo que vemos en muchos textos y medios de propaganda de una versión simplista.
Y es que la divulgación a nivel popular del evolucionismo radical ha recurrido hábilmente a la acuñación de slogans rudimentarios pero eficaces, como aquel de que, el hombre desciende del mono, plasmado a veces en imágenes que entran fácilmente por los ojos; o ha producido seriales televisivos atrayentes, que no rebasan el nivel de la ciencia-ficción, pero que aparecen revestidos de ropajes de apariencia científica y presentan una versión materialista de los orígenes del Cosmos y de la vida.
Con motivo de la dimisión de la ministra inglesa, Ruth Nelly, católica practicante, algunos han querido ver, de manera mal intencionada, una cierta relación entre la dimisión y su oposición a la enseñanza, por católica ella, de la teoría de la evolución. No se cual es la posición de la ya ex ministra inglesa frente a la evolución, en todo caso opinable y por tanto respetable, pero lo que si sé con seguridad es que la Iglesia católica no ha condenado la evolución. Otra cosa es el radicalismo y la utilización propagandística que algunos hace de esta teoría.
Jesús Domingo Martínez
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