La Agro-bioenergética:
Parece haber acuerdo entre los especialistas en que el actual modelo energético de nuestro mundo, basado en el uso de combustibles fósiles, tendrá que ser transformado en profundidad y en que el salto hacia fuentes energéticas menos contaminantes y descentralizadas va a exigir una gran movilización tecnológica y empresarial.
Ello está justificado en la lucha contra el cambio climático, convertida en el primer factor del empuje de las energías renovables y tecnologías para la mayor eficiencia energética. Pero como era de esperar, y los hechos confirman ya, aparecen otras poderosas razones para la transformación del modelo energético, el interés de los grandes agentes políticos y económicos, inquietados por los altos precios del petróleo y del gas y por la progresiva inseguridad en el mundo.
En este escenario, España, en extremo dependiente de la energía fósil, tiene que plantearse examinar a fondo su situación energética y diseñar una visión más equilibrada a largo plazo. Respecto a la comprometida repercusión medioambiental, de la envergadura de la deteriorada situación española en cuanto al cumplimiento del Protocolo de Kyoto da clara idea el segundo Plan Nacional de Asignación de Derechos de Emisión, presentado por el Gobierno a mediados del mes de julio pasado, que asume el hecho de que España sólo cumplirá con el Protocolo si paga 3.000 millones de euros en la compra de derechos de emisión.
Si hay acuerdo sobre la revisión del modelo energético español, no lo hay tanto cuando se exponen las soluciones al problema: unos abogan por la sustitución de los combustibles fósiles por las energías renovables o por la energía nuclear y por medidas de ahorro y eficiencia, mientras otros optan por el cambio total del modelo, que naturalmente incluye lo anterior en todo o en parte, a sabiendas de que no es algo que se consiga de la noche a la mañana, y que, por lo menos, hay que comenzar ya.
En este contexto, la agricultura está inmersa en el modelo energético como consumidora y está comenzando a figurar como productora, intentando conseguir un valor añadido, así como el mantenimiento de puestos de trabajo en el medio rural, claves en la política de desarrollo rural. No se afirma nada extraño cuando se contemplan los análisis de gestión de las explotaciones agrícolas o ganaderas españolas y se observan los costes, y dentro de ellos el energético (energía eléctrica y gasóleo, éste último especialmente gravoso, por el incremento del precio del crudo), de considerable alcance, y sometido a presión para bajar en aras de la competitividad creciente. Exactamente lo mismo se aprecia en la actividad de la flota pesquera.
Esto deba hacer reaccionar al Gobierno, ya que por un lado, la inestable situación del mercado de combustibles fósiles le ha creado problemas durante los dos últimos años con agricultores y pescadores y nada asegura que evolucione hacia una aceptable normalidad, y por otro, es mucho lo que va a tener que decir sobre la agricultura como agente productor de materia prima, biomasa, destinada a convertirse en energía, en ese nuevo marco que suponen las energías renovables, sin olvidar que la agricultura es asimismo consumidora de energía y protagonista importante de su uso eficiente y sostenible.
Por otra parte está justificado el nuevo reto del consumo eficiente y del ahorro energético que las explotaciones agrarias tienen que afrontar en su progresiva mayor exposición al mercado. Hay abundantes referencias a cómo es posible reducir sensiblemente los costes de la energía mediante el ahorro y la eficiencia energética en la utilización del tractor en las explotaciones agrícolas y ganaderas, el manejo del riego y el funcionamiento de las explotaciones ganaderas, especialmente las intensivas.
No obstante seríamos poco realistas si afirmáramos que la producción de energía a partir de la biomasa no plantea incertidumbres. Ahí están, entre éstas, la adaptación de los cultivos energéticos a los sistemas y rotaciones habituales hasta el momento y ahora ya bajo el régimen de ayudas del pago único, su encaje en nuestra climatología y las suscitadas por la competitividad en términos económicos de los cultivos energéticos frente a los tradicionales, ya que parece poco discutible que los cultivos para biomasa, en el contexto presente, no son rentables para el agricultor ni en secano ni en regadío, aunque la colza para biodiésel puede serlo, no obstante esto depende como evolucionen los precios de los combustibles fósiles.
Jesús Domingo Martínez
Algunos datos:
De Biocombustibles para el transporte (Mercedes Ballesteros Perdices)
Ver: agroinformació.com"Los costes de transformación industrial de los aceites vegetales en biodiesel dependen mucho de la capacidad de la planta de transformación. Para una planta de 500.000 t/año los costes totales (incluida la extracción, el refino y la esterificación) se situarían en torno a las 140,6 €/tonelada de biodiesel. Puesto que por cada litro de biodiesel producido es necesario un litro de aceite vegetal, de no contar con subvenciones, el coste actual de la materia prima hace inviable el proceso desde un punto de vista económico, si se realiza con los aceites tradicionalmente obtenidos por el sector agrícola. Para el desarrollo de esta actividad de forma masiva, utilizando las grandes posibilidades productivas del sector agrario hay que buscar nuevos cultivos o variedades, capaces de proporcionar aceites más baratos. Además este precio podría rebajarse si se imputaran a los costes de operación los ingresos obtenidos por la venta de los subproductos como la glicerina".
"considerando los costes de la materia prima conjuntamente con el de producción del etanol, el coste del litro de etanol procedente de cereales sería de 0,508 € y el de remolacha C de 0,346 €. Comparados con el precio de referencia citado anteriormente (0,491 €/l), se observa que la remolacha C podría ser ya rentable para la producción de etanol y también los cereales si se logra un abaratamiento en el coste del proceso de producción del alcohol y si se comercializan los subproductos del proceso para pienso de animales".
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