El mismo Eisntein lo afirmaba: "la ciencia sin la religión es coja, la religión sin la ciencia es ciega". La teoría del Big Bang, de la gran explosión, explica el cómo se originó el universo, pero no alcanza a la causa final, qué o quién lo creó.
En realidad, la teoría del Big Bang allana el camino de la fe. Resulta una impostura intelectual asumir que de la nada, surgió inexplicablemente el Universo.
El precursor de la teoría del Big bang fue el sacerdote belga e investigador llamado George Lemaitre, que habló de forma revolucionaria de conceptos como átomo primigenio, huevo cósmico o singularidad.
Es decir, todo el universo tal y como lo conocemos (aunque habría que decir más bien,desconocemos), condensado en un punto tan infinitesimalmente compacto que no tiene dimensión.
Esto es la singuralidad, el origen del universo. Más que estar hablando de una gran explosión, estamos hablando de una inflación, algo así como una construcción hinchable que se activa súbitamente y va llenando todo el espacio, o más bien creándolo en su expansión. El tiempo y el espacio se van creando a la vez.
La pregunta que algunos científicos ateos se esfuerzan por evitar es qué causó esta súbita expansión
. Algunos de estos científicos no están dispuestos a un debate intelectual honesto que les lleve a aceptar una intervención divina. Prefieren decir que simplemente las cosas pasaron así, y no tiene sentido preguntarse por las causas últimas.
Asumen un origen del universo desde la nada, desde el vacío. Fruto del azar. Pero evidentemente, esto repugna a nuestra lógica. ¿Cómo puede surgir de la nada algo?
Si tuvo un origen, un principio, es de sentido común pensar que algo preexistía al universo. En estos casos, mantener una fe en el no dios (que en el fondo, eso es el ateísmo, una fe negativa, pero fe en definitiva), es más costoso e impuesto que aceptar la existencia de un Dios Creador.
En palabras de Lemeitre, alguien tuvo que poner ese huevo cósmico. También resulta escandolosa dejar en manos de la casualidad o del azar algo tan ordenado y preciso como el Universo.
Tengo un amigo que dice que la casualidad ocurre cuando Dios no quiere firmar. Pero en el caso del Universo la firma de Dios es tan evidente que sólo desde la cerrazón obstinada se puede obviar.
Si cambiásemos, aunque sea mínimamente, las cifras de la creación del universo, jamás se habría formado el universo. Si por ejemplo, la gravedad, hubiese sido un poco más fuerte, o un poco más débil, el universo se habría colapsado, o se habrían dispersado sus elementos, y el universo se habría mantenido eternamente desparramado. Bastaría dar un pellizco insignificante a los números del universo tal como lo conocemos y necesitamos y el universo no existiría.
El Universo tiene la precisión del mejor relojero. El Gran Arquitecto Divino, lo llamaba Einstein. O, en otra afortunada expresión acuñada también por Einstein, Dios no juega a los dados.
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